Hubo una época no muy lejana en la que el criptoarte capturó la imaginación y las carteras de millones de personas en todo el mundo. Era un tiempo en el que un collage digital, que podría pasar por un simple fondo de pantalla, se vendía por más de 69 millones de dólares en subasta, y dibujos digitales de simios alcanzaban precios millonarios. Paris Hilton y Jimmy Fallon aparecían en televisión proclamando orgullosamente su pertenencia al exclusivo grupo de propietarios de estos costosos NFT (Non-Fungible Tokens), apenas disimulando su satisfacción tras expresiones jocosas.
Este fenómeno no se limitó solo a obras de renombre. En noviembre de 2021, un comisario de arte británico, Ben Moore, de modesta reputación, encontró en esta burbuja de los NFTs la oportunidad perfecta para amasar una fortuna. Su proyecto, Art Wars, consistía en fotografías de máscaras de las tropas imperiales de Star Wars, intervenidas por diversos artistas. Moore logró vender estas imágenes como NFTs por un total de 7,5 millones de dólares, aprovechando el fervor del mercado. Sin embargo, lo que parecía un éxito rotundo pronto se convirtió en escándalo, cuando varios artistas y la propia Disney denunciaron el uso no autorizado de las imágenes, provocando una caída estrepitosa en el valor de los NFTs.
El criptoarte, que alguna vez fue el tema candente en las conversaciones artísticas, se desmoronó con la misma rapidez con la que había subido. Damien Hirst, uno de los artistas más exitosos y controvertidos, experimentó una situación similar en julio de 2021. Con su serie *The Currency*, Hirst permitió a los compradores elegir entre una obra física o un NFT, destruyendo la versión física si se optaba por el formato digital. A pesar de recaudar 18 millones de dólares, la controversia sobre la autenticidad de las obras y la rápida desaparición del interés en los NFTs reflejó la volatilidad y la fragilidad de este mercado.
El criptoarte, impulsado por la especulación y la falta de solidez, ha quedado relegado a un segundo plano en el mundo del arte contemporáneo, donde ahora la inteligencia artificial ocupa el lugar privilegiado en las discusiones sobre innovación y futuro. Mientras tanto, los eventos de criptoarte que alguna vez fueron tan codiciados han terminado en fiestas donde la música de un DJ intenta mantener el ánimo, aunque el mercado ya no esté para celebraciones.